viernes, 5 de mayo de 2017

¡POPULISMO! - ¿REVOLUCIÓN A LA POLÍTICA TRADICIONAL?



Existe una gran variedad de criterios y mucha confusión sobre el significado de “populismo”, hay quienes tratan de definirlo desde su posible etimología. Para los romanos el vocablo latín “populus”, representaba la totalidad de un Estado y el vocablo latín ”plebs” definía a los no patricios.

La palabra “plebs” tiene más relación con “plebiscito”, lo que representaría decisión del pueblo.

Algunos autores  han trabajado sobre las diferentes interpretaciones que se han dado sobre qué mismo significa el populismo, desde diferentes vertientes: sociológicas, culturales y políticas, principalmente.

En la Rusia zarista desde el siglo XVI los campesinos de vieron sometidos a la explotación por la clase que ostentaba la riqueza y el poder, lo cual condujo a que desde inicios del siglo XIX inicien una serie de revueltas para luchar contra la opresión a que eran sometidos por décadas.

Es entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX que tiene auge el nacimiento y desarrollo del concepto de populismo, entre muchos representantes de esta corriente de pensamiento cabe destacar al ruso Alexander Herzen. 

Pero fueron en las aulas universitarias rusas donde tomó fuerza el concepto de populismo especialmente en la década de 1880 y posteriormente en Estados Unidos de Norteamérica, con la formación de movimientos políticos como el Greenback Party, que tiene también su esencia en la defensa del campesinado.

“Pero no solamente en su etimología se presenta la ambivalencia conceptual del populismo. Ésta se reproduce especialmente en dos campos: en la valoración (o rechazo) que se hace de él y en su posición dentro de las definiciones de los sistemas políticos. Como valoración, bien es conocida la afirmación que el populismo puede ser considerado como la enfermedad de los sistemas democráticos modernos, ya sea por su potencial tiránico y disruptivo de los derechos individuales o sino por su radicalización de los principios de soberanía popular, exhibiendo una de las formas más puras del orden democrático (Abts y Rummens 2007: 405)2.”
Fuente: Raimundo Frei y Cristóbal Rovira Kaltwasser- Revista de Sociología 22/2008-Chile
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“2
Algunas veces la ambivalencia entre la valoración y el rechazo al populismo puede llevar a formulaciones conceptuales sumamente confusas. Un buen ejemplo de ello es la siguiente afirmación: “En países donde el Estado ha sido debilitado o es endémicamente débil (Bolivia y Ecuador), [el populismo] es una tendencia positiva, siempre y cuando conduzca a políticas públicas en beneficio de los ciudadanos. En otros países, como Argentina y Venezuela, donde la creación del Estado está ligado al populismo redistributivo, representa la tentación de volver al pasado. [...] En términos generales, fortalecer el Estado mediante fórmulas populistas es positivo y negativo a la vez. Positivo, porque crea más políticas públicas, fomenta el empoderamiento y alivia la pobreza; negativo, porque en vez de basarse en un consenso político tiende a ser excluyente y polarizador creando Estados clientelares o de patronazgo que ofrecen favores en vez de derechos y son poco compatibles con Estados democráticos de derecho” (Gratius 2007: 22-23).”

En Latinoamérica surge una suerte de populismo a raíz de la depresión económica de 1929, que tiene su origen en la quiebra de la bolsa de valores en EE.UU., con secuelas a nivel mundial. Con posterioridad, y a principios de la década de 1980 se evidencia aún más este fenómeno, con la incursión del neoliberalismo en la escena mundial.

Casos de gobiernos populistas en Latinoamérica en los siguientes gobiernos: Getúlio Vargas, (Brasil); Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Carlos Menen, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner (Argentina); José María Velasco Ibarra, Abdalá Bucaram, Rafael Correa (Ecuador); Lázaro Cárdenas (México); Augusto Leguía, Manuel A. Odría, Juan Velasco Alvarado, Alberto Fujimori (Perú); Víctor Paz Estensoro, Hernán Siles Zuazo, Evo Morales (Bolivia); Marcos Pérez Jiménez, Luis Chávez Frías (Venezuela); Jorge Eliécer Gaitán (Colombia); Jorge Batlle (Uruguay); Carlos Ibáñez del Campo (Chile).

Según Ernesto Laclau: «el populismo es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica de lo político como tal», «una de las formas de constituir la propia unidad de grupo» (Laclau, 2013, pp. 91 y 97).

El populismo se ha ubicado en todas las vertientes de “pensamiento político” en el mundo. Este fenómeno se ha dado en partidos y movimientos políticos que se definen según algunos politólogos como de: izquierda, derecha, centro, centro izquierda, centro derecha, etc. e incluso en dictaduras.

En contraposición, los gobiernos de partidos y/o movimientos políticos tradicionales, que no han caído en populismos propiamente dichos en muchos países del mundo, se han anclado en el pasado, sin renovación de sus cuadros han sido incapaces de adaptarse a los avances de la globalización y reacios a construir acuerdos con otros actores políticos, han denostado a otras vertientes de pensamiento, mostrando incapacidad para concertar políticas públicas de largo plazo que permitan fortalecer la institucionalidad democrática, trabajar por una verdadera justicia social, cuidar los equilibrios macroeconómicos que viabilicen el crecimiento económico sostenido, condición necesaria pero no suficiente, que en último término, permita alcanzar el anhelado objetivo de desarrollo de la sociedad, con equidad e igualdad.

Existe a nivel mundial un alarmante déficit de recursos humanos capacitados en muchos de los partidos y movimientos políticos tradicionales, las “figuras” son de precaria intelectualidad, ausencia de sólidos conocimientos en materia económico, social, cultural, etc., y carentes de principios y valores éticos y morales.

La egolatría, el hedonismo, el culto al yo, la mitomanía, la demagogia, el desparpajo, entre otros “atributos” caracterizan a los políticos tradicionales politiqueros. Abundan dirigentes y cuadros con perfiles de este tipo en la gran mayoría de la clase política a nivel mundial, para desgracia de los pueblos que viven en la desesperanza sobre su futuro.

La democracia hegemónica de un solo partido o movimiento político, conducida por caudillos con los atributos anteriormente señalados, busca instaurarse en muchos países, especialmente en Latinoamérica, con el objetivo de sustituir a la democracia republicana, que se basa en la pluralidad.

Ningún político puede atribuirse por el solo hecho de haber sido favorecido a una dignidad por el voto popular, que ha recibido un cheque el blanco, que le ha sido otorgado el “poder absoluto” y consecuentemente que ha ganado un trono que le ha conferido dignidad de Rey o soberano omnipotente. Menos aún en un país republicano, donde la Constitución y demás leyes son para acatarlas, sin excepción de persona alguna y que el contrapeso de poderes y la institucionalidad son los pilares de una verdadera democracia.

Resulta con estos antecedentes de imperiosa necesidad la renovación de la clase política en nuestros países, comenzando, entre otros aspectos por: definición filosófica, visión de país, elaboración de diagnósticos de la realidad política, económica, social, cultural y ambiental, con la participación multidisciplinaria de especialistas, que elaboren propuestas de políticas públicas de largo plazo, concertadas, las mismas que deberán someterse al escrutinio público, para su conocimiento y aprobación.

No cabe importar el socialismo, ni el neoliberalismo, tampoco la llamada tercera vía que propugnan algunos politiqueros.

Hay que construir: ¡identidad política de país!

¿Cómo hacerlo?

Con la participación activa de la nueva generación de jóvenes profesionales de todas las disciplinas, que cuenten con una sólida formación académica, y que ganarán la experiencia necesaria con la praxis. Ellos deben aceptar el desafío que significa buscar empoderarse, asumir el rol protagónico de ser parte de una nueva clase política, desde la academia, las empresas, las organizaciones no gubernamentales, etc.

Deben tener consciencia que su función no consiste en ser utilizados por los politiqueros de relleno de sus cuadros, como carne de cañón, para aparentar que la juventud está con ellos, que forman parte de sus partidos o movimientos políticos.

El pensar distinto debe ser el catalizador que da energía y fuerza a un verdadero proceso de cambio, en la diversidad está la riqueza de las personas, de la naturaleza humana, y en la inclusión, la viabilidad de la permanencia de una propuesta de identidad política de país.

La consigna es organizarse fuera de los partidos y movimientos políticos existentes, hurgar como referencia, de las experiencias exitosas de acuerdos políticos que se han dado en otros países, alejarse del pasado, romper paradigmas, abrir la mente a lo nuevo, innovar, refrescar permanentemente los cuadros, ser visionarios.

¡No al populismo! - ¡No al continuismo! - ¡No a la política tradicional! -¡No a la reelección indefinida!

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