Existe una gran variedad de
criterios y mucha confusión sobre el significado de “populismo”, hay quienes
tratan de definirlo desde su posible etimología. Para los romanos el vocablo latín
“populus”, representaba la totalidad de un Estado y el vocablo latín ”plebs”
definía a los no patricios.
La palabra “plebs” tiene más
relación con “plebiscito”, lo que representaría decisión del pueblo.
Algunos autores han trabajado sobre las diferentes interpretaciones
que se han dado sobre qué mismo significa el populismo, desde diferentes
vertientes: sociológicas, culturales y políticas, principalmente.
En la Rusia zarista desde
el siglo XVI los campesinos de vieron sometidos a la explotación por la clase
que ostentaba la riqueza y el poder, lo cual condujo a que desde inicios del
siglo XIX inicien una serie de revueltas para luchar contra la opresión a que
eran sometidos por décadas.
Es entre fines del siglo XIX y
principios del siglo XX que tiene auge el nacimiento y desarrollo del concepto de
populismo, entre muchos representantes de esta corriente de pensamiento cabe
destacar al ruso Alexander Herzen.
Pero fueron en las aulas
universitarias rusas donde tomó fuerza el concepto de populismo especialmente
en la década de 1880 y posteriormente en Estados Unidos de Norteamérica, con la
formación de movimientos políticos como el Greenback Party, que tiene también
su esencia en la defensa del campesinado.
“Pero no solamente en su
etimología se presenta la ambivalencia conceptual del populismo. Ésta se
reproduce especialmente en dos campos: en la valoración (o rechazo) que se hace
de él y en su posición dentro de las definiciones de los sistemas políticos.
Como valoración, bien es conocida la afirmación que el populismo puede ser
considerado como la enfermedad de los sistemas democráticos modernos, ya sea
por su potencial tiránico y disruptivo de los derechos individuales o sino por
su radicalización de los principios de soberanía popular, exhibiendo una de las
formas más puras del orden democrático (Abts y Rummens 2007: 405)2.”
Fuente: Raimundo Frei y Cristóbal
Rovira Kaltwasser- Revista de Sociología 22/2008-Chile
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“2
Algunas
veces la ambivalencia entre la valoración y el rechazo al populismo puede
llevar a formulaciones conceptuales sumamente confusas. Un buen ejemplo de ello
es la siguiente afirmación: “En países donde el Estado ha sido debilitado o es
endémicamente débil (Bolivia y Ecuador), [el populismo] es una tendencia
positiva, siempre y cuando conduzca a políticas públicas en beneficio de los
ciudadanos. En otros países, como Argentina y Venezuela, donde la creación del
Estado está ligado al populismo redistributivo, representa la tentación de
volver al pasado. [...] En términos generales, fortalecer el Estado mediante
fórmulas populistas es positivo y negativo a la vez. Positivo, porque crea más
políticas públicas, fomenta el empoderamiento y alivia la pobreza; negativo,
porque en vez de basarse en un consenso político tiende a ser excluyente y
polarizador creando Estados clientelares o de patronazgo que ofrecen favores en
vez de derechos y son poco compatibles con Estados democráticos de derecho”
(Gratius 2007: 22-23).”
En
Latinoamérica surge una suerte de populismo a raíz de la depresión económica de
1929, que tiene su origen en la quiebra de la bolsa de valores en EE.UU., con
secuelas a nivel mundial. Con posterioridad, y a principios de la década de 1980
se evidencia aún más este fenómeno, con la incursión del neoliberalismo en la
escena mundial.
Casos de
gobiernos populistas en Latinoamérica en los siguientes gobiernos: Getúlio Vargas,
(Brasil); Hipólito Yrigoyen, Juan Domingo Perón, Carlos Menen, Néstor Kirchner
y Cristina Fernández de Kirchner (Argentina); José María Velasco Ibarra, Abdalá
Bucaram, Rafael Correa (Ecuador); Lázaro Cárdenas (México); Augusto Leguía,
Manuel A. Odría, Juan Velasco Alvarado, Alberto Fujimori (Perú); Víctor Paz
Estensoro, Hernán Siles Zuazo, Evo Morales (Bolivia); Marcos Pérez Jiménez,
Luis Chávez Frías (Venezuela); Jorge Eliécer Gaitán (Colombia); Jorge Batlle
(Uruguay); Carlos Ibáñez del Campo (Chile).
Según Ernesto Laclau: «el
populismo es la vía real para comprender algo relativo a la constitución ontológica
de lo político como tal», «una de las formas de constituir la propia unidad de
grupo» (Laclau, 2013, pp. 91 y 97).
El populismo
se ha ubicado en todas las vertientes de “pensamiento político” en el mundo. Este
fenómeno se ha dado en partidos y movimientos políticos que se definen según algunos
politólogos como de: izquierda, derecha, centro, centro izquierda, centro
derecha, etc. e incluso en dictaduras.
En
contraposición, los gobiernos de partidos y/o movimientos políticos tradicionales,
que no han caído en populismos propiamente dichos en muchos países del mundo,
se han anclado en el pasado, sin renovación de sus cuadros han sido incapaces
de adaptarse a los avances de la globalización y reacios a construir acuerdos
con otros actores políticos, han denostado a otras vertientes de pensamiento,
mostrando incapacidad para concertar políticas públicas de largo plazo que
permitan fortalecer la institucionalidad democrática, trabajar por una verdadera
justicia social, cuidar los equilibrios macroeconómicos que viabilicen el
crecimiento económico sostenido, condición necesaria pero no suficiente, que en
último término, permita alcanzar el anhelado objetivo de desarrollo de la
sociedad, con equidad e igualdad.
Existe a nivel mundial un alarmante déficit de
recursos humanos capacitados en muchos de los partidos y movimientos políticos
tradicionales, las “figuras” son de precaria intelectualidad, ausencia de sólidos
conocimientos en materia económico, social, cultural, etc., y carentes de
principios y valores éticos y morales.
La egolatría, el hedonismo, el culto al yo, la
mitomanía, la demagogia, el desparpajo, entre otros “atributos” caracterizan a
los políticos tradicionales politiqueros. Abundan dirigentes y cuadros con
perfiles de este tipo en la gran mayoría de la clase política a nivel mundial,
para desgracia de los pueblos que viven en la desesperanza sobre su futuro.
La democracia hegemónica de un solo partido o
movimiento político, conducida por caudillos con los atributos anteriormente
señalados, busca instaurarse en muchos países, especialmente en Latinoamérica,
con el objetivo de sustituir a la democracia republicana, que se basa en la
pluralidad.
Ningún político puede atribuirse por el solo hecho
de haber sido favorecido a una dignidad por el voto popular, que ha recibido un
cheque el blanco, que le ha sido otorgado el “poder absoluto” y
consecuentemente que ha ganado un trono que le ha conferido dignidad de Rey o
soberano omnipotente. Menos aún en un país republicano, donde la Constitución y
demás leyes son para acatarlas, sin excepción de persona alguna y que el
contrapeso de poderes y la institucionalidad son los pilares de una verdadera
democracia.
Resulta con estos antecedentes de imperiosa
necesidad la renovación de la clase política en nuestros países,
comenzando, entre otros aspectos por: definición filosófica, visión de país, elaboración
de diagnósticos de la realidad política, económica, social, cultural y
ambiental, con la participación multidisciplinaria de especialistas, que elaboren
propuestas de políticas públicas de largo plazo, concertadas, las mismas que deberán
someterse al escrutinio público, para su conocimiento y aprobación.
No cabe importar el socialismo, ni el neoliberalismo,
tampoco la llamada tercera vía que propugnan algunos politiqueros.
Hay que construir: ¡identidad
política de país!
¿Cómo hacerlo?
Con la participación
activa de la nueva generación de jóvenes profesionales de todas las
disciplinas, que cuenten con una sólida formación académica, y que ganarán la
experiencia necesaria con la praxis. Ellos deben aceptar el desafío que
significa buscar empoderarse, asumir el rol protagónico de ser parte de una
nueva clase política, desde la academia, las empresas, las organizaciones no
gubernamentales, etc.
Deben tener
consciencia que su función no consiste en ser utilizados por los politiqueros de
relleno de sus cuadros, como carne de cañón, para aparentar que la juventud
está con ellos, que forman parte de sus partidos o movimientos políticos.
El pensar distinto
debe ser el catalizador que da energía y fuerza a un verdadero proceso de
cambio, en la diversidad está la riqueza de las personas, de la naturaleza
humana, y en la inclusión, la viabilidad de la permanencia de una propuesta de
identidad política de país.
La consigna es
organizarse fuera de los partidos y movimientos políticos existentes, hurgar como
referencia, de las experiencias exitosas de acuerdos políticos que se han dado
en otros países, alejarse del pasado, romper paradigmas, abrir la mente a lo nuevo, innovar, refrescar permanentemente
los cuadros, ser visionarios.
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